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El no viaje a la Alcarria
Antonio de Benito

EL NO VIAJE A LA ALCARRIA


Los ojos grandes y negros de Camila se abrieron aún más al ver la escena. Fue una mañana muy fría de San Blas. Aquel 3 de febrero estaba helando a las siete de la mañana. En el horizonte, la tenue neblina y los cristales de humedad reflejaban infinitos y diminutos arcoíris ante la mirada atónita de Camila. Los primeros rayos de sol destellaban toda la gama de colores del amanecer cuando la joven divisó tres autobuses al fondo, en la Plaza Mayor de Cifuentes.





Eran de diferentes colores. Camila decidió subir al autobús rojo. El autobús se encontraba vacío; el ruido del motor era la única compañía de Camila. De pronto, el autobús comenzó a moverse lentamente. Camila se acurrucó en su asiento y cerró los ojos, llevada por su espíritu soñador y aventurero.








Las calles de Cifuentes comenzaban a desperezarse y saludar el día. Los agricultores ya iban en sus tractores hacia el campo. Algunas mujeres se dirigían al horno para cocer bollos y magdalenas. El cura y la sacristana se disponían a lucir la talla del Cristo. Un vecino, apodado el Rata, engalanaba a su borrico Gorrión, con el que ofrecía paseos por el pueblo a los más pequeños.



Camila había decidido estudiar. Sus padres eran molineros, como sus abuelos y los bisabuelos de sus abuelas… “Si estudias, tendrás más posibilidades en la vida, aunque ser molinera es un oficio muy digno”.

Camila divisaba con entusiasmo el paisaje que dejaba atrás en el camino del río. Pensaba en lo que amaba a su pueblo, lo bien que se lo pasaba echándose la siesta en verano junto a la Fuente del Piejo o los divertidos juegos en el Cerro de la Horca.
Por un instante, pasó por su mente toda su feliz infancia vivida en Cifuentes..







Ensimismada en sus recuerdos llegó a Guadalajara y se dirigió al instituto. Las clases se le pasan volando porque siempre tiene interés en aprender más y más. Todo es nuevo para ella. Siempre es todo nuevo para Camila porque su imaginación le permite inventarse momentos y situaciones.






Su fantasía convierte días lluviosos en días serenos; los días ventosos y fieros, en momentos para sentir el aire en su cara y despeinar su melena morena como el carbón; los días grises y plomizos cierra los ojos y pasa su imaginaria brocha de color por todo lo que la rodea e intenta hacer felices a las personas que se encuentra. Camila, Camila… soñadora, buscadora y encontradora.








Para Camila, cada día era siempre el primero, con la misma ilusión, con los mismos ojos abiertos para descubrir y aprender.

Al terminar las clases, salió disparada hacia la marquesina donde el autobús de regreso a Cifuentes recogía a los viajeros. A la hora indicada no había tres autobuses, ni dos ni tan solo uno. No existía el autobús de regreso a Cifuentes.






Camila comenzó a caminar. Un único pensamiento giraba en su cabeza: siempre hay un viaje de regreso. Su sentido de la orientación y su determinación la llevaron a salir enseguida de Guadalajara en dirección a su pueblo.





Varios estudiantes y adultos debían tomar el autobús de regreso a Cifuentes. También una pareja de ancianos, que habían acudido al oftalmólogo, y un señor bajito vestido con un traje marrón, que llevaba un portafolios y venía del notario. Pasaban las horas y el autobús de regreso no aparecía…





Al anochecer, una furgoneta llegó hasta Guadalajara. ¡Era el alcalde de Cifuentes! “Subid, nos vamos al pueblo”.

Así sucedió durante muchos días. Un autobús salía de Cifuentes temprano, pero nunca regresaba, y el alcalde viajaba a Guadalajara para traer a los viajeros.




Los molineros, padre y madre de Camila, estaban muy preocupados porque la muchacha no aparecía. Todos los vecinos del pueblo sentían una profunda tristeza por la ausencia de Camila. Algunos estudiantes dejaron de ir al instituto y se quedaron en Cifuentes, estudiando a distancia, porque no se podían permitir quedarse a vivir en Guadalajara. Los más afortunados convivieron en casa de familiares o amigos. El resto de viajeros tenía que apañárselas como podía o esperar el viaje de regreso en la furgoneta del alcalde.




Precisamente, el alcalde reunió a los vecinos para pedirles su opinión. Algunos estaban dispuestos a montar turnos para ir a recoger a los estudiantes y demás viajeros a Guadalajara. “¡Podemos protestar ante las autoridades provinciales o autonómicas!” Y lo hicieron: cada vecino escribió una carta al responsable de transportes. Los niños y niñas del colegio de Primaria, los adolescentes, los padres, madres, tíos, abuelas…Hasta el cura imploró con su oración al Cristo de la Misericordia. “¡Queremos un autobús de vuelta a Cifuentes con un horario razonable!".




El Rata, como era albardero, y además tenía a su burro Gorrión, propuso hacer una marcha hasta Guadalajara para reivindicar una adecuada conexión con Guadalajara. “No es tanto pedir, que es un derecho de los que vivimos en los pueblos”, solía decirle a Gorrión, quien agitaba el rabo como queriéndole dar la razón.
Mientras el pueblo de Cifuentes protestaba y pedía soluciones, la solución no llegaba y la desesperanza se iba adueñando de los vecinos. Y el tiempo pasó…








Cada día los molineros entregaban una porción de harina gratis al horno para que fuera convertida en galletas, pan y magdalenas como muestra de recuerdo a su hija desaparecida. Y el panadero repartía galletas gratis en el recreo del colegio, a la salida de la iglesia, en la residencia de ancianos o en la misma Plaza Mayor.






Un nuevo tres de febrero llegó. Hacía mucho frío. Helaba. Los molineros llevaban la harina al horno. El Rata engalanaba a su pollino. El cura y la sacristana adornaban con flores El Cristo de la Misericordia… Tres autobuses se reflejaron en el horizonte anaranjado del gélido amanecer. Los molineros llamaron al alcalde; el alcalde llamó al alguacil, quien avisó a todos los cifontinos y cifontinas. El cura y la sacristana sacaron la imagen del Cristo … y hasta la banda de música de Cifuentes acudió con su traje de gala.









Por el Cerro de la Horca apareció una imagen andante. La imagen se fue haciendo más visible. El pelo moreno de Camila ondeaba al viento ante la sorpresa de todos los asistentes. Sus ojos negros brillaban cristalinos de intensa emoción. La misma alegría que mostraron los molineros al abrazar a su hija en medio de la algarabía de todos los vecinos.









El Cristo de la Misericordia resplandecía con el reflejo de los primeros rayos de sol. Los tres autobuses arrancaron y comenzaron a girar en torno a los asistentes.
Un letrero se divisaba en los tres autobuses: Cifuentes-Guadalajara. Guadalajara-Cifuentes.
Camila explicó cómo había realizado su particular viaje a la Alcarria.













“Pasé por muchos pueblos alcarreños, desde Guadalajara hasta Cifuentes. En cada pueblo, lo primero que decía era que mi pueblo es Cifuentes y que no podía regresar a mi casa en autobús. Por eso, simplemente, caminaba. En Torija subí a su castillo para ver si divisaba Cifuentes y unas señoras, que lavaban ropa sobra la piedra del lavadero, me dieron pan y queso.













En Fuentes de La Alcarria me bañé en sus arroyos y me invitaron a merendar pan con miel. Un pastor de Brihuega me regaló un ramo de flores de lavanda que aún conservo en la mochila. En Valderrebollo disfruté mucho tocando las campanas durante media hora. En Masegoso de Tajuña, el único señor que vi me dio las gracias por luchar por los pueblos de la zona.










Todos se solidarizaron conmigo y me prometieron que vendrían a verme y a visitar Cifuentes. Todos los pueblos que recorrí entendieron el gran problema que tenemos con los medios de transporte. Voy a escribirles a todos. Les diré que ya he llegado a Cifuentes. Este verano se nos llenará el pueblo de turistas, porque en cada pueblo de mi viaje a la Alcarria recibí cariño, comida y solidaridad y yo les regalaba un dibujo de nuestro querido pueblo.




















El alcalde agradeció a Camila su peculiar viaje y su amor por el pueblo. Todos los cifontinos aplaudieron entusiasmados y orgullosos.

La banda de música comenzó a tocar. Los autobuses seguían rugiendo, deseosos de hacer su labor a la sociedad.
Camila siguió estudiando en Guadalajara.











































Curiosamente, muchos años después, a finales del siglo XXI… el autobús de regreso a Cifuentes era el más concurrido y conocido de toda la Alcarria. Y todo gracias a Camila, una inquieta niña cifontina, que convirtió su no viaje de regreso a La Alcarria en toda una aventura.



















La “España vaciada” lleva unos años siendo más visible; eso está bien. Aunque los problemas que llevamos padeciendo durante décadas siguen sin solucionarse.
Esta situación nos trae hasta este cuento que quiere poner de relieve uno de los muchos problemas que tenemos, que es el de los transportes públicos en nuestro entorno.
El creador de nuestro cuento; Antonio de Benito Monge, autor muy prolífico con varios cientos de publicaciones infantiles y juveniles, varias novelas y articulista habitual en periódicos de la Rioja y Soria, y muy sensible a nuestra problemática; no se lo pensó dos veces para colaborar de forma desinteresada en nuestra pequeña “lucha”.
De esta forma la obra más universal que dio relevancia a nuestra tierra “El viaje a la Alcarria”; es la base de este cuento completamente imaginario, que va esbozando lugares, personajes, leyendas (como la de los tres soles de la Cueva del Beato) que nos identifican y a la vez pone de relieve una de las problemáticas de nuestra tierra que he mencionado al principio.
El autor, paisano, colega y amigo mío, ha realizado un notable esfuerzo de información e imaginación ya que solo ha estado de paso en la Alcarria, y en Cifuentes, aunque a partir de ahora, lo consideramos un alcarreño de adopción.
Nuestro agradecimiento al alumnado de 6º de primaria y a su tutora; Lupe, del CEIP “San Francisco”, que de forma entusiasta han colaborado en la realización de las ilustraciones.
“El NO viaje a la Alcarria” es el título que quiere poner de manifiesto, desde la portada, las dolorosas situaciones que día a día se van produciendo en nuestro mundo rural sin que nuestros legisladores se pongan en nuestra situación y solucionen nuestras carencias.
Pero en el fondo, el relato siempre piensa en que habrá un final feliz, como así ocurre. Nosotros también deseamos con vehemencia que así sea.
Gracias Antonio, y gracias a todos y todas los que diariamente trabajáis y colaboráis para que en los distintos lugares en los que vivamos sean cada día mejores; sin distinción entre pueblos y ciudades.

Alfredo Rodrigálvarez Rebollo